mayo 30, 2009

Ser la misma en otra parte lo cambia todo.

Me mancho las manos de grasa al meter la cadena a la bici y pedaleo temprano a desayunar churros. Es el único local pequeño que conozco en el que no se fuma. Me llevo para leer un libro que me regaló el otro día la representante de una editorial. Me hizo mucha ilusión porque a ese colegio no se acerca nadie ni cuando llamas. ¿Dónde está el inspector de la zona? ¿Y los representantes de los sindicatos? ¿Y la que trabaja para Mcmillan que prometió, tras tres llamadas, enviarme el material que me faltaba? Veinte niños no deben de ser suficiente para ella. Ahora, tenemos una pizarra digital que nadie nos ha enseñado a usar. Los cursos del CPR se hicieron en octubre, la pizarra nos tocó (fue un sorteo) en marzo.


Aparece F. y se sienta a mi lado después de darme los buenos días. La cafetería está vacía. Pide, abre el periódico y ya no volvemos a mirarnos hasta que me despido con un “Bye, F.” Levanta entonces la cabeza, me mira y dice “No me lo recuerdes”. El “no me lo recuerdes” nos remonta a cinco años atrás, una de sus hijas, un novio inglés y una boda. F quiso que le enseñara a hablar Inglés en siete días para entenderse con su suegro nacido en Escocia. Le pedí a mi padre para la ocasión que las copas de los padres de los novios estuvieran siempre llenas. Hice de traductora entre los dos. Me resultó muy difícil entender el acento del norte de Escocia, imposible el de F con copas de más. Me inventé casi el 100% de las dos horas en las que estuve sentada con ellos. Nos reímos mucho.


Cuando he terminado el chocolate, pedaleo hasta Correos donde hago cola hasta llegar al mostrador para que el empleado me gruña que es en la fila de al lado. Consta decir que el cartel que indica la diferencia entre las dos colas es imaginario.

Veo tus letras mayúsculas por primera vez. Espero encontrarme alguna minúscula dentro. Sonrío y obediente me busco en el cuento.

Desde el mismo banco del sábado pasado hablamos, por teléfono, claro. Siempre que cuelgo me duelen las manos de impotencia.


Veo una película y media. Hago comida de supervivencia y me voy a tomar café con P. Hace tres meses que no nos vemos, como si fuera ayer. Me encanta tenerlo como amigo.


Vuelvo al piso y me dedico a leer “Heurística de la comunicación. El aula feliz” por Amando López Valero y Eduardo Encabo Fernández. Cuando le doy unas cuantas vueltas a varias frases pienso en la programación y las unidades didácticas que tengo que terminar para las oposiciones. Me enfado pensando en qué momento me perdí y empecé a hacer cosas en las que no creía. Ha sido sencillo de responder: en el mismo momento en el que empecé a trabajar. A la pregunta que no consigo dar respuesta es a cómo aplicar eso que leo, con lo que tengo que presentar en el examen de oposición. Tiro por lo fácil: saco la guitarra y practico con la mano izquierda. La derecha hace tiempo que la di por perdida. ¿Hablamos? Sí, estás en la Fnac recien llegada de Cancún.


Conforme avanza la tarde voy cometiendo transgresiones dietéticas. Mañana mi hermano no encontrará en el armario ni las almendras ni las galletas de chocolate. En el frigo faltarán tres quintos y un plátano. En el congelador media tarrina de helado.

Cuando el cielo se nubla y está a punto de llover salgo con el balón de baloncesto. Salto la valla de los colegios y me dedico a lanzar a canasta mientras me empapo hasta los huesos. ¿Ya son las diez? Pues sí, son las diez y te faltan 19 días para entregar y saber defender eso que aún no has hecho.





mayo 26, 2009

A todo cochinillo le llega su San Martín.

Esta noticia me ha alegrado la mañana. Creo que estaré contenta una buena temporada si meten en la cárcel a ese montón de sirvengüenzas.

BSO

mayo 19, 2009