julio 29, 2010

Oncle Josephesen (I)

Hace cinco años mis padres me echaron de casa al leer un intercambio de e-mails con mi primera novia. Me pusieron contra la espada y la pared. Rompí el muro que había a mis espaldas y comencé a vivir mi vida. Dos personas fueron las únicas que no me dieron la espalda, una me mandaba dinero desde EEUU, la otra e-mails desde Alemania. Hoy, tirando papeles inútiles de mi primera oposición, me he encontrado con varios de esos e-mails.

Querida sobrina:

Aunque, siguiendo tu ejemplo, he decidido también adoptar la ortografía nórdica en mi onomástica, no, no quiero hacerme el sueco, y, a pesar del overbooking que tu correo registra esta temporada, (mi padre me escribía cada día que volviera y fuera a un psicólogo) te voy a escribir, de tiempo en vez, sin ninguna disciplina, sin cara de Cirineo, porque no es tu pena la que cargo, sino tu sonrisa interior la que me carga a mi, y así voy, como quien te acompaña durante un trecho del camino y luego se vuelve a eclipsar en el silencio, mimetizado en el bosque de la gente, dejando que descubras por ti lo que ya sabes, que subrayes en tu alma lo que es importante.

Hoy lo hago otra vez en lunes, por la mañana, como hace una semana, con el paisaje del otro lado de la ventana con la misma luz tristona de un invierno desarrapado, un invierno que no se ha estudiado la lección que le corresponde impartir, y que lo mismo te suelta una patochada de calor, que te examina con aire polar o te abronca con un tsunami; tembloroso de frío o de acojono, a punto no se sabe si de llover o de llorar, si de nevar o de no ver. Pero me gusta porque me permite descubrir un poco más el secreto de los surcos del tiempo.

Los surcos del tiempo. Cuando se ha llegado a esa situación que ahora llaman "fibromialgia", y que es básicamente un agotamiento, a causa de cualquiera de las formas persistentes del estrés, de los circuitos que parten del sistema nervioso, uno se convierte en alumno obligado de la asignatura -fascinante- que los hombres, acelerados como están, llaman despectivamente "la ley del mínimo esfuerzo". Los pececillos del mar, las aves migratorias, el gato doméstico, el cobaya salvaje, el pulpo en el garaje seguro que lo llaman "la ley de no resistencia".
Consiste, mi querida sobrina Baggesen, en los siguiente: en el mundo dual, que es el mundo de nuestro cuerpo, y de la parte material de nuestra mente, "toda acción" - según conoce la física de la materia- "provoca una reacción de la fuerza igual y opuesta". LLEVAR A CABO UN PROPÓSITO - P.EJ. DEJAR DE FUMAR, escribir todas las semanas una carta a tu sobrina, aprender sueco en tres semanas, etc - es sencillamente imposible en eses nivel físico, porque la energía del propósito genera un antipropósito que lo neutraliza y lo anula: verbi gratia, el día que has decidido dejar de fumar, tu novio/a te regala una pitillera dorada; cuando vas a escribir la carta, te das cuenta de que te has dejado el grifo del lavabo abierto y se te ha inundado el cuarto de baño; la lección de sueco... queda interrumpida por una actividad meteórica en la parte ejecutoria del tracto digestivo, resultado de la fermentación intestinal de las alubias de Tolosa de la noche anterior - fermentación que te saca de Estocolmo y te proyecta hacia Hiroshima y Pearl Harbur, etc, etc.
¿Te suena?
What to do? Isn't there a way out? Yes, but. Para alcanzar el propósito debemos de buscar por otro lado. Seguir las líneas de menor resistencia como hacen los peces que aprovechan el impulso de las corrientes, o las aves que no se van donde el viento las lleve, sino que aprovechan las oleadas de viento para impulsarse en la dirección que quieren llevar. No, no es ser caña movida por el viento, coño (ni viceversa, caña). es usar el viento energético a favor, es una forma de navegación -o de surfismo- que aplica esto, tan fácil de entender en el espacio, respecto al tiempo. Porque también el tiempo tiene sus surcos, sus momentos propicios para tal y para cual, sus flujos afincados por el viento de la costumbre, unas veces, y el del aliciente, otra veces, o el viento del entusiasmo, por aquí, o el viento de la sorpresa por allá, o el de la empatía o el de la compulsión, y a uno lo coges de cara, y al otro de cola, y a éste lo toreas de rodillas, y al otro lo cabalgas. Y así.

Pero el viento que me soplaba esta mañana a favor del propósito de escribirte, ya ha empezado a flojear y cambiar de dirección. Y tengo que dejarte, querida sobri, porque me empiza a dar el aire por otro lado.

With love,
Oncle Josephesen.

8 comentarios:

prófuga dijo...

simplemente precioso

María dijo...

¡Ohhh! ¡Y qué suerte tu persona material y tu persona espiritual en ese tiempo!

Ico dijo...

Creo que sufrimos las mismas inclemencias del tiempo por aquella época, pero en cambio la carta que me envió a mí mi hermana era para mandarme a un psicólogo nada que ver con altura moral de tu tío.. qué afortunada.

Victoria Dubrovnik dijo...

Sencillamente es una carta llena de ánimo, de vitalidad, de cómo enfocar la vida... Es el viento que te impulsa a caminar... Sinceramente extraordinaria..

Seguiremos caso a su recomendación, y aprovecharemos las fuerzas adversas para convertirlas en oportunidades ;-)

Abrazo!

Morgana dijo...

Madre mía qué preciosidad y qué belleza! Hace mucho tiempo que no leía algo tan bonito ni tan dulce.

Madre mía cuántas bellas personas existen.

Anónimo dijo...

Supongo que esperarias los lunes con ansiedad. Menos mal que tenías esto, saber que cuentas con alguien es una bendición.

dintel dijo...

Genial el Oncle Josephesen. Me ha encantado, tanto en este post como en el otro.

Me voy con muy buen sabor de boca.
Gracias por compartir.

Mármara dijo...

Me ha fascinado la teoría de los vientos, con su preámbulo, la de los opuestos.
Así es, tal cual, esta vida; así somos, tal cual, las personas (humanas).
Qué suerte tener a alguien así cerca.