julio 14, 2009

Parte II

Pensaste quizás que la próxima vez que los demás se reunieran para juntar sus huellas tú no podrías poner ya nada, porque las tuyas quedaron rotas, ajenas. Perdiste, tal vez, las ganas de soplar pompas, de avivar con las manos molinillos de viento, de esperar el correo. Es sorprendente, no lo niego, negarse a encajar en un nombre, en un papel que desempeñar con todos, el que esperan que escojas y rechazar por tanto el resto; olvidar que se trata de la misma persona buscando la mañana por las calles, la misma persona viendo la llama brotar figuras, haciendo carreras de charcos y riendo a gritos, aprendiendo desencuentros, contando en voz baja las estrellas de plástico que tienes en el techo de tu cuarto.

Que las cosas se piensan dos veces, tú y yo sabemos que lo había pensado. Eso que llamas pensamiento es en realidad tan cambiante que puede transformarse o desaparecer, brotar, rendirse, algo tan opuesto a si mismo que se irreconoce, queda sin embargo englobado bajo el mismo título: pensamiento. Y tú hablas de ello como si fuera un tomate o una silla, algo que desde luego hay que tener y mencionar de vez en cuando.
Se consideran pensantes, equilibrados, antes de cualquier posibilidad deciden calificarla de loca, antes de tantear en lo oscuro quién sabe hacia dónde, o qué otra cosa es pensar, ¿se han negado siquiera un momento a acoger sus dudas?, por dónde salió, dense cuenta, es mucho más fácil que tirarse al vacío, desde luego es mucho más fácil imaginar el suicidio ajeno que el propio, eso lo sabrán, supongo, eso lo sabe todo el mundo.

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