julio 18, 2009

Parte VI

No la llames loca. Contarás mañana en el instituto la historia de la loca y así la verás diferente, te sentirás a salvo. Te consideras cuerda aquí, oyendo la historia de una persona que ha ido a tirarse justamente por el hueco de sus escaleras esta noche, y crees que eso te da derecho a situarla al otro lado. A los locos se les encierra en los manicómios con las paredes pintadas de blanco y se les habla despacio, como si no se comprendiera que para nada quieren volver a este otro lado, que somos nosotros los que no comprendemos el miedo a despertar, al punto y aparte y seguimos detrás de la mirilla. Cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo. ¿O aguantas tú el tiempo? ¿no te rompes cada vez que migran los pájaros? ¿cuándo aparecen bajo la piel de tus manos ramas azules? Entonces eres tú la loca, si no intentas con los dientes parar el engranaje, o lo ignoras. No es tan difícil cruzar la línea delgada y precisa que separa la noche de la mañana, teatro y poesía, un cuento, cada uno de los días del momento en la escalera, el espacio preciso donde olvidamos nuestras alas. "Me perdí volviendo a buscarlas", llorabas, no mires hacia abajo, por favor, no llores.

Nadie escoge el muro contra el que se da de cabeza, la puerta que arremete una y otra vez, ven conmigo, hasta cien, para abrirla -seguro- a la siguiente, las encontraremos, no llores, sin darse cuenta de que quizás ya esté abierta, ven conmigo, quizás ni siquiera exista. Llaman locos a quienes buscan sus alas para llegar hasta las estrellas y no conformarse con la luz de una bombilla... (a estás horas aún no sé, y tú tan lejos) llaman locos a quienes continúan comprobando ecos (si prefiero o no que amanezca) mareas (quién dijo que el tiempo no existe si lo cogiste con la mano, parques, gorriones, verjas de hierro) a quienes entienden que las casas tienen que tener chimenea, una sola, y la otra en octubre, tantas veces vencido volvió para alzarse sobre los días que sin duda pasan sobre el suelo que una vez sentimos firme, la cogiste con tanta fuerza que...

Podría quedarme a contarte cómo sus pasos seguían unas huellas prefijadas por alguna mano hábil sobre las baldosas amarillas ocultas en la acera, o de la luz levemente azul que sucumbía en cada gesto, o de cómo su sombra giraba bajo la hilera de farolas a la misma velocidad en que dan vuletas los peces en las peceras, del modo en que aún no habías llegado y ya sabías que estabas cerca, pero amanece.
Me encanta verte medio dormida... buenos días... después de todo no tengo muy claro si pertenece esta historia a este cadáver, pero es cierto que hablé con esta chica en alguna ocasión. Lo demás no se muy bien de dónde lo he sacado. No me mirés así, ni tú ni yo teníamos nada mejor que hacer esta mañana de domingo.


2 comentarios:

Mármara dijo...

Llevo un ratuco delante del teclado sin saber muy bien qué decirte, con una sensación como de desamparo, o de tristeza, o de... La misma sensación que me dejan los cuentos de Ana Mª Matute. ¿Lo escribiste a los 16? Pues, vay "cabezón", niña, ¡vaya cabezón!

Calvin dijo...

lleno de rizos... sí a los 16. Y, aunque le encuentro un montón de fallos, ahora sería incapaz de escribir una historia de más de dos folios.